lunes, 14 de noviembre de 2011

EL COCINERO DE NOCHEBUENA

Ésta es la historia de un cocinero que debía preparar una sabrosa cena de nochebuena. Había trabajado durante los meses antes, por su inspiración, era precisamente en esa época más importante del año. Se pasaba el día ideando menús navideños, sin ninguno que le satisfaciera. Así llegó la Navidad y él seguía huérfano de ideas.
Tan cansado estaba que le pudo el sueño y se quedo dormido, sobre la mesa de la cocina. Se dio convertido en un gordo Papá Noel, con su enorme saco al hombro.
Viajando en un precioso trineo.
Desconocía el lugar al que se dirigía, pero el trineo parecía conocer su destino.

Una vez terminado el viaje, el trineo se detuvo delante de una casita de campo, de cuya chimenea salia un cálido humo blanco. Llamó a la puerta y esta se abrió en un instante, sin que nadie apareciera tras ella. Entró en la casa y halló un bello salón decorado con toques navideños que provocó en él una profunda y hogareña sansación.
Un pequeño abeto le hacia guiños junto a la chimenea encendida, cuyos troncos crepitaban e iluminaban la estancia con sus llamas, y de la que colgaban unos calcetines de bellos colores, esperando ser llenados de regalos. En el centro de la estancia, una acogedora mesa, bellamente dispuesta y con las velas encendidas, esperaba ser cubiertas de manjares.
No había nadie al su alrededor, y sin embargo se sentía acompañado por presencias invisibles que él percibía, aún sin velas. Depositó el saco en el suelo y se dispuso a abrirlo. Desconocia lo que podria albergar y por un momento sintió que su corazón latia con más fuerza. Se sentó en una mullida butaca junto a la chimenea y con manos temblorosas empezó a extraer el contenido.
Lo primero que apareció fue una bella sorpresa con una reconfortante sopa de crema
, hecha con una gallina entera, aderezada con unos diminutos dados de su pechuga.

Levantó la tapa y una oleada de vapor repleto de
aromas empañó sus gafas. Después, un dorado y casi líquido Queso Camembert hecho al horno, con aromas de ajo y vino blanco, acompañado de un crujiente pan hizo que su boca se llenara de agua. Hundió la nariz en él y lo depositó sobre la mesa. Su tercer hallazgo fue una pierna de cerdo rellena con ciruelas pasas y beicon ahumado que venía acompañada de un sin fin de guarniciones, a cual más apetitosas: cremoso puré de patata aromatizado con aceite de ajo y con mostaza, salsas agridulces y chutneys irresistibles, compota de manzana con vinagre y miel... ¡de ensueño! Dispuso la inmensa fuente en el centro de la mesa y aspiró los intensos aromas que aquella sinfonía de contrastes culinarios le ofrecía. En un rincón del salón, reparó en una mesita auxiliar dispuesta para los postres y allí colocó un crujiente strudel de manzana y nueces, una espectacular Anguila de Mazapán, una dulcera de cristal que albergaba una deliciosa compota de Navidad al Oporto y un insólito helado de polvorones. Apenas podía creer lo que estaba sucediendo, se sentía embargado por la emoción.

El menú tocaba a su fin y comprendió que era hora de abandonar aquella cálida casita, para dejar que sus moradores disfrutaran en la intimidad de las exquisitas viandas que había traído en su saco. Pensó que los manjares se enfriarían si no lo hacía pronto, pero comprendió que el calor,
material y espiritual, que invadía todos y cada uno de los rincones de la estancia se encargaría de mantenerlos a la temperatura adecuada.
Como toque final a su visita, llenó los calcetines de la chimenea con figuritas de mazapán, polvorones y turrones, que sin duda harían las delicias de los niños... y de los menos niños. Le despertó el borboteo de un caldo que había dejado en el fuego y que amenazaba con desbordar el puchero. Era ya de madrugada, pero aún tenía tiempo de ponerse manos a la obra y elaborar el menú de la casita del bosque. La fuerza invisible que guiaba el trineo no era otra cosa que el amor que el cocinero sentía por el mundo de la cocina.
Y colorín colorado este cuento de ha acabado.
FIN

Por Cristina y Soledad.

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